Misterios Gloriosos
Primer Misterio: La resurrección del Señor
Lectura evangélica.
Al alborear el primer día de la semana, fueron María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro... Un ángel del Señor dijo a las mujeres: Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí. ¡Ha resucitado! Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: ha resucitado. (Cf. Mt. 28, 1-8).
Meditación.
Nos postramos adorando a Cristo resucitado, definitivamente impasible, luminoso, ágil, sutil: Señor mío y Dios mío. Damos gracias a Dios Padre porque se ha cumplido el Plan de Salvación. Damos gracias a Jesucristo porque ha sido glorificado por su obediencia hasta la muerte y muerte de cruz. Damos gracias al Espíritu Santo porque ha impulsado la obra de nuestra Redención con la fuerza de su amor.
La Resurrección de Jesucristo nos confirma en la fe, en la esperanza y en la caridad. Nos confirma en la fe: creo en Jesucristo, Dios como el Padre, porque ha resucitado cumpliendo su palabra. Espero en Jesucristo que me ha de salvar, que me ha de hacer partícipe de su gloria y de su resurrección porque ha resucitado. Amo a Jesucristo porque me ha dado la prueba suprema del amor con su muerte y resurrección.
Meditando el primer misterio glorioso del Rosario, contemplo a Cristo resucitado con la mirada de la Virgen María, y le doy gracias con los sentimientos del corazón de su Madre.
Seguimos oyendo las palabra de la Madre: Haced lo que Él os diga. Y Él, Jesucristo, nos dice: No temáis. No tengamos miedo. Cristo ha resucitado. Está con nosotros.
Segundo Misterio: La Ascensión del Señor
Lectura evangélica.
Jesús, después de hablarles, ascendió a los cielos y se sentó a la derecha de Dios. ( Cf. Mt. 28, 20; Mc. 16, 19).
Meditación.
Jesús dijo a sus discípulos: Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. El Señor Con la Virgen María, nuestra Madre, meditamos que Cristo, cumplida la misión que el Padre le había confiado, sube al Cielo por su propia virtud, porque es Dios.
La Ascensión del Señor alienta nuestra esperanza. Esperamos ir al Cielo porque Cristo ha subido para prepararnos un lugar y llevarnos con Él para que dónde yo estoy estéis también vosotros. (Cf. Jo. 14, 3) La Ascensión del Señor nos invita, por lo tanto, a vivir mirando hacia lo alto, hacia el Cielo.
La Virgen María, Señora del Rosario, nos apoya como Madre y como Medianera universal de todas las gracias.
Ella es la primera en seguir a Cristo, de forma privilegiada, Asunta al Cielo en cuerpo y alma como conviene a la Madre de Dios. Ella nos dice cómo hemos de comportarnos para participar definitivamente de los frutos de la Ascensión del Señor a los cielos. Ella intercede continuamente por los hermanos de su Hijo.
Nos consagramos con el Rosario en el corazón para grabar los misterios de la vida del Hijo, con el Rosario en los labios para recitar las mejores oraciones, y con el Rosario en las manos como la mejor defensa.
Tercer Misterio: La venida del Espíritu Santo
Lectura evangélica.
De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde estaban los discípulos. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían posándose encima de cada uno. Se llenaron todos del Espíritu Santo. (Cf. Hechos 2, 1-4).
Meditación.
Los hechos de los Apóstoles narran la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Le precede un viento recio que resonó en toda la casa. Es la señal bíblica del paso de Dios. Le acompañan unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Y se llenaron todos del Espíritu Santo. Nace la actividad misionera de la Iglesia.
La venida del Espíritu Santo marca la catolicidad de la Iglesia. Los apóstoles se llenaron todos de Espíritu Santo y comenzaron a predicar a gentes de todas las naciones, razas y creencias. Desde entonces, la Iglesia no cesa de predicar el Evangelio a los hombres de todos los pueblos.
Seguimos necesitando la presencia y acción del Espíritu Santo para avivar la Fe: Nadie puede decir Jesús es el Señor sino es bajo la acción del Espíritu Santo. Igualmente, para mantener la unidad: hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu.
Formamos un sólo cuerpo en Cristo animados por el Espíritu Santo. Como el cuerpo tiene diversos miembros, así es también Cristo. Todos nosotros... hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
¿Qué hemos de hacer para actuar animados por un mismo Espíritu en la unidad del Cuerpo de Cristo? ¿Qué espera el Espíritu Santo de nosotros?. Ser santos. El Espíritu Santo es nuestra fuerza, y la Eucaristía, Sacrificio, Comunión y Tabernáculo, el alimento para no desfallecer en el empeño.
María, Madre de la Iglesia y Señora del Rosario, Esposa del Espíritu Santo, nos consagramos a ti. Enséñanos a ser fieles a la presencia y acción del Espíritu Santo. Ayúdanos a ser santos.
Cuarto Misterio: La Asunción de la Virgen a los Cielos en cuerpo y alma
Lectura evangélica.
María dijo: Me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí. (Cf. Lc. 1, 48-49). Toda hermosa eres, amada mía, no hay defecto en ti. Ven del Líbano, esposa mía, ven. (Cf. Cantar de los Cantares, 4, 7).
Meditación.
Hacemos gozosamente un acto de fe: ... para aumento de la gloria de la misma augusta Madre, y gozo y regocijo de toda la Iglesia, por la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y nuestra, proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado: Que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial (Cf. Constitución Apostólica Munificentissimus Deus, 1.11.50; Dz. 2331-33).
María ha sido privilegiada y excepcionalmente redimida en atención a los méritos de Cristo. Por eso es: Inmaculada Concepción, siempre Virgen, llena de gracia... Consecuentemente, la Asunción al Cielo en cuerpo y alma sigue siendo participación privilegiada de la Resurrección y Ascensión del Hijo.
María ha sido reconocida como la nueva Eva desde el siglo II. Participando con Cristo en la lucha contra el demonio y el pecado (Cf. Gen. 3, 15), es lógico que participe en la victoria total de Cristo con la glorificación de su cuerpo y de su alma.
La Asunción de María nos invita a mirar al Cielo y ordenar nuestra vida según las exigencias de la gracia recibida en el Bautismo. Tengamos confianza. María, nuestra Madre ha triunfado por los méritos de Cristo. Nosotros, unidos a María, por los méritos de Cristo Redentor, pagaremos el tributo de la muerte, resucitaremos en la carne, seremos juzgados en el amor y nos salvaremos en el alma y en el cuerpo.
María intercede por nosotros y nos tiende el Rosario para que nos agarremos a él y nos ayude a subir al Cielo.
Quinto Misterio: La coronación de la Virgen María como Reina de Cielos y Tierra
Lectura evangélica.
Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza. (Cf. Apocalipsis, 12, 1).
Meditación.
María es Reina: Dios te salve Reina y Madre... Es Madre de Cristo, Rey universal por la plenitud de todo poder. María participa de la Realeza del Hijo al llevarlo virginalmente en sus entrañas.
Cristo reconoce la realeza de su Madre: es el mejor de los hijos de los hombres. Por eso, María, asunta al Cielo en cuerpo y alma, es coronada como Reina por su Hijo. Cristo es Rey por derecho propio y absoluto. María es Reina por gracia del Hijo.
Veneramos a la Virgen Madre como Reina de los coros angélicos: los Ángeles, los Arcángeles, las Potestades, las Dominaciones, los Tronos y Serafines. María es Reina de los Profetas, de los Apóstoles, de los Mártires, de los Confesores, de las Vírgenes. Es Reina de las almas del Purgatorio, de la Iglesia peregrina, de la familia, de la paz... Reina del Rosario.
Reconocemos la Realeza de la Virgen María consagrándonos a Ella en esclavitud. Somos totalmente de la Virgen María y todas nuestras cosas son suyas, como la mejor manera de ser totalmente de Cristo y de su Iglesia. Expresamos nuestra dependencia de María Reina con el Rosario como cadena que nos ciñe a su corazón y nos empapa de sus sentimientos de Madre-Reina para mejor conocer, amar e imitar a Cristo.
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